Protectoras, cariñosas o regañonas, algunas extrovertidas y
otras serias, todos tenemos una, ya sea en casa limpiando o en el trabajo,
algunas otras en el cielo, para algunos es un regalo, para otros un gran bendición
y unos cuantos más es su todo. Sin importar la cultura, sin importar la religión,
sin importar de donde vengas ella es reconocida como lo más preciado que
podemos tener. En fin una madre, mama, jefa o como la quieras llamar todos la
reconocemos como la única que nos dice como peinarnos, como vestirnos, que
comer, que elegir, tal vez suene mal, pero si, sino fuera por ella en lo
personal ahora estaría desperdiciando mi vida. No soy muy bueno con los poemas así
que no hare uno, más bien escribiré un pequeño cuento.
“Bueno si no puedes
tener aquello que amas, aprendes a amar aquello que tienes”
Érase una vez en algún lugar del cual no me acuerdo, un niño
pequeño de nombre Luis, el todas las tardes se sentaba a en el parque a esperar
y como todas esas tardes una señora pasaba a recogerlo y llevarlo al orfanato
donde vivía.
-Mi mama me dijo que la esperara aquí, solo fue a comprar un
helado para mí, aún no vuelve.
Alegaba el niño a la señora que lo recogía esas tardes, ella
no le respondía, y guardaban ambos silencio.
Durante las noches dormía temprano
son la esperanza que temprano viniese su madre a recogerlo.
Esa mañana al levantarse temprano se dispuso a esperar en la
puerta a su madre, él la vio al otro lado de la calle y corrió hacia ella, esa
tarde jugaron, rieron, pasearon por el parque, ella le leyó un cuento, el niño
la abrazo, fue un gran día para el pequeño Luis. Esa misma tarde una ambulancia
arribo a aquel orfanato, recogía a un
niño que había sido atropellado al tratar de cruzar la calle.
Desde ese día pequeño
Luis y su madre pasan todas las tardes en el parque.
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